miércoles, 8 de agosto de 2012

En la penumbra de la Ciudad...

...en la penumbra de la Ciudad te recuerdo. Hace algunas ya muchas horas que la radio -mi eterna compañera- me lo avisó: has muerto (como diría otro bohemio: irremediablemente has muerto/ callada está tu voz/ parada está tu sangre...). Hice entonces lo que no había hecho en años: sentarme y simplemente escuchar. Pasaron una significativa semblanza de tu vida y varias canciones, no tengo pesadumbre, pero lloro. Caí entonces en cuenta que nuestro acelerado mundo de redes sociales y medios de comunicación y trabajo y cuentas por pagar, no nos deja ejercer el deleite más humano: sentarse plácidamente en el portal de la casa a ver la tarde dorada -vieras que lindos jilotes, se están dando en la ladera...- y escuchar. En un instante se dispersó lo nublado: tu voz inundó mi casa, la soledad de mi casa. Cantas en dorado y el cielo te lo reconoce: me siento y te escucho, el sol entra por la ventana. Me gusta imaginar que se trata de tí.

Eres tú quien nos puso nombre: lesbianas. Al cantarnos nos pusiste nombre. A tí seguramente te importaba una nada el sustantivo: guei, lesbiana, manflora, puta, maricona, homopreferente o lo que chingados nos quiéramos poner. La discusión de nimiedades no es lo tuyo. Lo tuyo es cantar, es hacernos saber quienes somos, desde lo profundo: en la dura prueba de un tequila reposado -dorado, otra vez el dorado: tu crees que es el rojo, pero tu color es el dorado-, en la soledad ante el espejo, en el canto desgarrado que nos surgió la primera vez que te escuchamos. A tí te conocí por un cuate que es muy tu fan, yo ni sabia quién eras. En una reunión intelectual me hubiera pasado lo mismo que a tí en tu primer encontronazo con ese odioso mundo fascinante ("¿Trostsky? ¿Quién es Trotsky?"). Pero te escuché y supe que eras una mujer cantándole a las mujeres con la profunda pasión -toro dolido- de los hombres. No tengo empacho en reconocerlo, a mí me hiere tu voz, tu pasión, tus ganas de tomarlo todo desde lo profundo, por la fuerza. Las pasiones son eso, son arrebatos donde no se le pide permiso a nadie para sentirse dueño del mundo. Por eso nos diste nombre, somos dueñas del mundo: yo quiero luz de luna, para mi noche triste, para sentir divina la ilusión que me trajiste. Para sentirte mía, mía tú como ninguna...¿quién nos había dado el derecho de decirlo? Nos lo diste tú declarando que te gustan las golondrinas y las malas señoras y abrir ventanas y las muchachas en abril. Y el vino tanto como las flores...y los amantes pero NO los señores (nunca me he acostado con un señor, fíjate tú que pureza...) ...
Te lo digo a tí que no tienes edad ni porvenir: a mí eso de las ninfas bonitas que se aman entre gasas y olores a manzanilla me viene importando una pura y dos con sal. "Lesbiana" te dijo la Frida, la que sólo se sabe pintar a sí misma entre changos y sandías. Le escribió a Pellicer y tú al cantar nos nombraste a todas: lesbiana. "Y si me lo pidera, me desnudaría ante ella", dijo, la del fractal autocomplaciente. Aunque te importen los movimientos y las estrellas intelectuales del momento tanto como tu Packard que abandonaste en San Camilito, tú nos diste nombre.
Y lo hiciste al hacer lo que te vino en gana: cantarnos a todas, desearnos a todas, incitarnos a desearlas a todas: por tí somos dueñas del mundo. Y sí, todas, queriendo reconocerlo y no, soñamos con ser de tí, con haberte encontrado en una cantina apestosa componiendo con José Alfredo y dejarnos amar... como una estúpida manera de ser tú, aunque fuera por ósmosis, aunque fuera un ratito (piensa en mí, cuando sufras, cuando llores, también piensa en mí).
Eres un tiempo sin momento: un umbral entre la gloria y la quietud, por eso mismo eres el tiempo de un país que se nos fue. Salgo y camino tus calles, no puedo estar sola contigo en mi casa. Salgo veo la XEW, la XEX, la XEQ... Radio Centro y el espacio arbolado donde estuvo el hotel Regis, ese donde en su sótano cantabas (interdita de la tele y la radio comercial: canta chingón pero es lesbiana). Este dorado domingo suspendido, mientras cantas en la radio, el sol entra por mi ventana y me doy cuenta del vértigo: piso tus pasos. Estoy parada sobre tus muy probables mismos pasos...
¿Cuántas luces dejaste encendidas? ¡yo no sé cómo voy apagarlas! (que la muerte te vista de suerte, porque yo no se si tu ausencia me mate...)
Salgo a la calle a buscarte. Dijiste que querías morir en martes para no arruinarle a nadie el fin de semana; ("los martes son aburridos, no pasa nada"). Pero trascendiste un domingo a mediodía, cuando el tiempo se detiene en las luces doradas de un campanario, de un rebuzno lejano, de un microbús que pasa sin sentido, de una milpa que sólo Tata Dios cuida, de un viento quieto que ya no arrastra ni la basura pendiente: recorro tus calles, veo la XEW, símbolo de una época... lloro por un tiempo sellado. Ya no habrá más. Lo que nos contaste nos contaste y lo demás ya se quedó en tu memoria, entre tus sesos de carne, llenos de microscópicos gusanos. Entre los espíritus con los cuales has vuelto a compartir la dicha de estar viva.
Entiendo entonces que toda tu vida fue una premonición de este momento: el eterno agónico José Alfredo en realidad compuso para que tú cantaras tu propio futuro. Tuviste la vida de una Guardiana: toda tu vida es la premonición de un tiempo mítico que habrá de esfumarse frente a los ojos de las almas sensibles. Canta con Rita, canta con quien quieras... emborráchate con tu José Alfredo, quítale la mujer al elefante muralista. Haz lo que siempre has hecho: lo que se te viene en gana. El tiempo se ha sellado, la rueda se cerró perfectamente. Ama de las premoniciones, estuviste a punto de lastimarme la espinilla con tu silla, en el zócalo. Yo acababa de comprarme todos los libros del mundo, tú ibas a presentar tu Luna Grande. Me atravieso, una silla de anciano -¡ah que pinche joder!- no volteo y ya te presiento instintualmente, un segundo después te reconozco físicamente: "¡Señora!" es lo único que estúpida y contritamente balbuceo. Me quedo a escucharte hablar de Lorca. Un poeta que es tuyo sin haberse cruzado nunca mientras vivos. Siento complicidad: tú eres mía sin ser yo más que un estúpido "¡Señora!" en tu camino. Yo creo en la fina Urdimbre de la Araña Destino... tú quién sabe.
En mitad de tus lorquianas palabras, mi corazón salta: vas a morir, vas a morir y será pronto. Entonces agradezco con toda mi alma  poder estar aquí las dos, en el Ombligo del mundo, sobre las raíces profundas y labradas palmo a palmo con cientos de cinceles-dolores, de tu tierra tan querida, México con todas sus equis (y no las jotas que tú ídem esposo Almodóvar le pone en su texto. Dime tú, Agorera de todos los tiempos-culturas, ¿por qué los gachupines nos vuelven dóciles con su "j"? ¡Si nos encanta llamaranos con X, una gráfica encrucijada! como lo dice José Joaquín Blanco), la tierra que traes metida en la voz, en tu destino divino, en nuestras vidas cósmicas. Agradezco también el invaluable tesoro de haberte podido escuchar espléndidamente en una plaza repleta de jóvenes, bajo la luna llena de octubre, en otro territorio sagrado para esta nación. Esa noche tú eras de nosotros. Eras de nuestra alma y no de tu cronológico tiempo: por eso la gran parte de tus fotos son de mujer vieja, tú naciste vieja. Eres una Premonición, una Guardiana. Una Bruja diríamos las más. Tú dirías más acertadamente: una chamana.
Sigo recorriendo tus calles. Un rayo dorado en medio de la Ciudad que fuiste (con el atardecer me iré de aquí...): todas somos la misma, todas elegimos amarnos para transgredir el viejo tiempo, el de los falos, el de los que chillan porque conduces un Alfa Romeo, el de los que les componen a las viejas (sic) mientras tú empujas el chingado Caballo blanco... te escucho (te despertaste tú, casi dormida...), será acaso porque uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida. Camino y escucho la guitarra: es dorada, habla de milpas, de troveros, de ciudades, de verdes cafetales... tú nos diste nombre: lesbianas. Y cantamos a través de tí nuestros amores y sus desdenes (cuando una tibia tarde me acariciabas toda, te buscarán mis manos...). Camino y llueve... son mis ojos (mi china me conoce y hasta en los pasos..,). Yo no se si la Huasteca esté de luto, pero tú nos diste nombre: en el fragor del dorado y del rojo... y del azul xihuitl de tu Chalchitépetl, Tzitzimime-madreamante: tú en la furia de un siglo: en la luz mayor de este mediodía, donde nos heredaste tu libertad. (...cuando tú te hayas ido amor, me envolverán las sombras)


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