miércoles, 29 de enero de 2014

#YakiriLibre culpable de ser #mujer #lesbiana y #Tepito Crónica @irmagallo para @CuadernosDR

Yakiri Rubí: culpable de ser mujer, lesbiana y tepiteña

Por Irma Gallo, invitada
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Fotos de Yaki niña
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La cárcel de Tepepan
Situado arriba de colinas imposibles, entre casas de clase media que nada tienen que ver con el horror que se vive entre sus muros, en el Reclusorio Femenil de Tepepan predomina el azul. Dicen que es el “menos peor” de la Ciudad de México. O por lo menos, tiene el mejor servicio médico. Por esta razón, aquí están Elba Esther Gordillo, “La Maestra”, antigua líder del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación caída en desgracia en el sexenio de Enrique Peña Nieto, y Andrés Granier Melo, ex gobernador de Tabasco, procesado por robar millones de los recursos públicos del estado que le tocó gobernar, por obra y gracia del PRI. Aquí estuvo la francesa Florence Cassez, acusada de secuestro durante el gobierno de Felipe Calderón, y liberada en los inicios del de Peña.
Entre estos muros vive ahora una joven de 20 años, de piel morena clara, delgada, con boca grande y ojos oscuros, y sobre todo, rebelde, rebelde hasta las últimas consecuencias. Se llama Yakiri Rubí Rubio Aupart; es la cuarta de siete hijos, trabaja vendiendo mochilas, bolsas y carteras en Tepito, tiene una relación sentimental con Gaby, también vendedora en el mismo tianguis, y unos padres que la adoran, y que por ella salen, todos los días, a gritarle al mundo que su hija no debería estar donde está.
Yakiri está presa por el homicidio de su violador.
El primero que sale por la puerta principal de la cárcel de Tepepan es su padre, José Luis Rubio. Delgado, moreno, lleva una cachucha blanca y el pelo negro, largo, con algunas canas, peinado en una gruesa trenza. Su estampa de maestro de salsa, director y fundador del Salsabrosón Tepis Company, se ve siempre en las marchas y mítines en apoyo a su hija que organizaciones feministas y otros ciudadanos de a pie han hecho. Hoy también lleva una playera color vino, en la que en letras blancas, como gritos, se lee: #JusticiaParaYakiri.
Detrás de José Luis vienen otros familiares; él intenta presentar a su pareja con un “mi esposa”, pero ella se ha adelantado quizá porque no quiere mostrar sus lágrimas a los extraños. Las nubes se están pintando del color del mamey maduro cuando Marina Beltrán camina, abrazada de una mujer más joven, murmurando algo e intentando no llorar más.
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“Para mí es más importante ese lazo que me une con ella, que si llevara mi propia sangre”
“Yakiri nació el 13 de abril de 1993 en un hospital particular”, dice Marina, ya sin lágrimas, en el trayecto a su casa, en el tradicional barrio de Tepito, en el centro de la ciudad. Inmediatamente aclara: “te puedo comentar que yo no soy mamá biológica de Yakiri, pero la he visto desde que tenía 11 meses de edad, y para mí es mi hija. Para mí es más importante ese lazo que me une con ella, que si llevara mi propia sangre. La he visto desde pequeñita y así es como nace mi amor por Yaki”.
El viento que entra por la ventana trasera del auto no alcanza a despeinar a José Luis, con la cachucha que casi le tapa los ojos y su trenza bien apretada. Mira hacia adelante, como queriendo atrapar un recuerdo, cuando dice que de pequeña, Yakiri era “muy gordita, muy dormilona. Con tremendas pestañotas que no sabíamos si estaba dormida… Y no, estaba viendo la televisión”.
Aunque ahora es la más rebelde, continúa su padre, de chica era la más tranquila de todos sus hijos. “Crece como una chiquita muy callada. Era, incluso, introvertida; tímida”.
Explica que su padre, el abuelo de Yaki, importa bolsas y mochilas, y que desde que terminó la secundaria, la joven decidió irse a trabajar para él. “Así crece mi hija. Tepito te da la opción de convertirte en una persona sociable; te obliga a hablarle a la gente. Eso hace que mi hija ahora sea conocida en el barrio como una niña muy fiestera, muy amiguera, muy sociable”.
En Tepepan Yakiri tuvo que entrar a la preparatoria. De lo peor, lo menos: a sus padres les da gusto que tenga la oportunidad de retomar los estudios que dejó truncos. “Aquí lo que nos pasa a los tepiteños es que tenemos que conjugar todo, y a veces terminamos siendo simplemente comerciantes”, dice, con resignación, José Luis Rubio.
La calzada de Tlalpan, con el metro de la línea 2 corriendo por en medio, y un tráfico más bien leve a esta hora, nos acerca rápido a nuestro destino. Adentro del carro, en las palabras de José Luis, se deja sentir el orgullo de ser quién es: “el tamalero de repente se pone a vender perico y cambia su vida completamente. Y ya trae un carro del año y mujeres de nivel. Y a ti te dicen: ¿y tú por qué estás jodido? Pues porque soy honrado. Pero salgo tranquilo a caminar. Y ustedes, y los malos, y los buenos, me ven con respeto”.
Marina se pone un suéter beige sobre la blusa verde oscuro. El frío empieza a hacer una  discreta aparición en esta zona de la Ciudad de México, y por la ventana abierta del lado de José Luis, el viento quiere jugar con los cabellos de la “güerita”, como le dice él de cariño.
Emocionado, el padre de Yakiri Rubí no para de hablar: “Yaki hereda, primero, nuestro espíritu de izquierda, de gente de convicciones, de gente de lucha, de gente de un pensamiento claro, y eso la hace rebelde”.
Así se explica José Luis la elección sexual de su hija: dice que le “aburrieron” los hombres; que seguramente no les vio nada interesante, y que cuando le “entró” con las mujeres, ni él ni Marina estuvieron de acuerdo en un principio. Ella dice que, “como mujer”, intentaba entenderla un poco más, aunque tampoco lo aprobaba del todo. No saben tampoco si Gaby fue la primera pareja mujer que tuvo, y José Luis incluso sube la voz cuando dice que eso no es lo importante. “Lo que importa es que la secuestraron y la violaron, y la intentaron matar, y en la defensa ella se lleva a uno de estos desgraciados”.
Y es que en el mundo de las causes y los hashtags en Twitter, las filias se excluyen una a la otra. José Luis dice que ha observado que la orientación sexual de su hija le ha valido el apoyo de grupos de mujeres lesbianas, mientras que a otros, ese mismo dato no les ha caído del todo bien. Por otra parte, según este atípico padre de familia, muchos hombres justifican así la violación de Yaki: “ah, pues por eso la violaron, para que aprendiera”.
Sin embargo, apunta, lo que ha hecho que este caso sea un escándalo es el intento de las autoridades de justificar la agresión sexual que Yakiri sufrió con el argumento de que el violador era su “novio”. Como si el ser pareja “formal” de alguien le otorgara el derecho a forzarla para tener relaciones sexuales.
Después de haber dejado atrás la calzada de Tlalpan, el paisaje urbano cambia abruptamente: la colonia Doctores se descubre con sus fondas de paredes despintadas y un poco sucias; sus carros viejos (y no tanto) estacionados a media calle y despanzurrados, muy cerca de los locales de venta de auto partes, y sus hoteles de paso de fachada gris oscura, casi negra, manchada por el smog.
“Aquí muy cerca pasó todo”, dice José Luis, señalando con la cabeza a un punto indefinido. Se refiere, por supuesto, a la noche del 9 de diciembre de 2013, cuando Yakiri Rubí salió de un hotel sangrando, pidiendo ayuda a gritos, y terminó acusada de homicidio. Con voz más firme, continúa su padre: “Yo lo he dicho muchas veces: en Tepito aprendemos a darnos en la madre desde chiquitos”.
Casi a punto de llegar al barrio bravo, José Luis Rubio cuenta con emoción que sus hijos crecieron entre libros, entre música de salsa y de trova, y que una de sus cantantes favoritas era la “negrita” Mercedes Sosa. El recuerdo de Yaki, de cuatro años, imitando a sus padres y hermanos mayores bailando la marcha de la canciónHermano dame tu mano, hace que se le quiebre un poco la voz… “Una cosa pequeñita que se llama libertad”, canta, y luego dice: “¡Qué ironía!”
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